jueves, 30 de octubre de 2014

SOBRE LOS SÍNODOS DE LA PASTORAL DE LA FAMILIA






Acaba de acabar el reciente Sínodo extraordinario de obispos que versaba sobre la familia. Muchas expectativas venía suscitando desde que fue anunciado por el papa Francisco y, ante la sorpresa de muchos, lo quiso preparar conociendo el “sensus fidelium”, o sea escuchando al pueblo de Dios, a la comunidad de discípulos de Cristo, lo cual solo se vivió en los primeros momentos de la Iglesia. Luego, al cabo de unos siglos, con el reduccionismo anti-evangélico fue abolida la participación de todo cristiano en su responsable respuesta a sus compromisos bautismales.

La cosa está todavía en el candelero pues con este Sínodo no se ha querido cerrar nada sino preparar el Sínodo del próximo otoño de 2015 que será uno ordinario pero sobre el mismo tema de la familia.

El matrimonio, siendo una realidad diaria en todas las culturas existentes en el planeta, sigue siendo uno de los temas más estudiados y de los menos comprendidos. Ya escribí del tema dos post en diciembre de 2009.

Entonces ya recordé que para algunos cristianos el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo y no deben olvidar que eligió signos sacramentales con cosas ya existentes, naturales, como el agua, el pan, el vino o aceite vegetal. No son invenciones o creaciones de Jesús ni de los curas. Por eso cuando el Maestro instituyó el sacramento conyugal, tomó como signo el matrimonio natural que es verdadero matrimonio, como el pan es verdaderamente pan o el agua es agua. Cristo no inventó el agua, ni el vino ni el pacto conyugal.

Yo creo que toda la problemática que tiene la Iglesia en este tema es por el Decreto de Trento, ya bien metidos en el segundo milenio, siglo XVI, por el cual el matrimonio para los bautizados no es válido sino no es en la Iglesia, ante el cura. Así se han cargado el matrimonio natural, se deja de creer en él pues la validez –ahí está el disparate- no está en el natural acuerdo mutuo entre un varón y una mujer. Es una barbaridad. Pienso que bastaría legislar que para los bautizados, la presencia del cura es requisito de licitud pero no de validez. Los cristianos que no se casen por la Iglesia pueden ser tachados de pecadores por despreciar el sacramento, pero de ningún modo decirles que no están casados.

Quizá en esta hora del papa Francisco sea el momento de poner patas (lo pastoral) a lo que ya decía el hoy emérito papa Benedicto XVI en junio de 2005, recién elegido sucesor de Juan Pablo II. entonces declaraba que “el matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana”. Ahí está magisterialmente expuesta la teoría de la validez del matrimonio natural.

Han sido constantes las declaraciones de padres sinodales sobre el no querer de ninguna manera tocar la doctrina, no se discute la indisolubilidad ni la unicidad del matrimonio; simplemente se quieren encontrar respuestas adecuadas, según el Evangelio, a las problemáticas familiares y conyugales que hay hoy día en los cinco continentes.

De todos modos, la unicidad y la indisolubilidad son dos aspectos sin evidencia directa pues lo que, como dicen algunos, es ley natural, ha de ser universal en el tiempo y en el espacio, como la ley de la gravedad, por ejemplo. No es que en algunos sitios de la Tierra no haya gravedad o que no cayeran las cosas en la época de los dinosaurios.
Por eso llama la atención los textos bíblicos que narran continuas excepciones a tal ley natural. Si fuera ley natural no admitiría ni una sola excepción.

Pero se lee en la Biblia que en el pueblo judío, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, el rey David subió de parte de Dios a Jerusalén para conquistarla y lo hizo con sus 2 mujeres (Ajinoán y Abigail), a parte su esposa Eglá. Con ella tuvo a Yetreán (2 Sam 3,1-5); con Ajinoán tuvo a Amnón, con Abigail a Quilab, además a Absalón de Maacá (hija del rey de Guesur), a Adonías con Jaguit y a Safatías con Abital; total seis hijos con seis mujeres.

Luego, su hijo Salomón, también instrumento de Dios, le super superó. Se lee que “El rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de la hija de Faraón, moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias, hititas, de los pueblos de los que dijo Iahveh a los israelitas: «No os uniréis a ellas y ellas no se unirán a vosotros, pues de seguro arrastrarán vuestro corazón tras sus dioses», pero Salomón se apegó a ellas por amor; tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas” (1Reg 11,1-3).

La discusión o diálogo teológico-pastoral-canónico sobre la familia seguirá “in saecula saeculorum” no solo por la dificultad intelectual que tiene, sino además por los obstáculos que existen, externos a la Iglesia. Conviene no olvidar que la sociedad colectivista del comunismo viene considerando desde sus inicios, en el siglo XIX, que el Estado ha de ser la super-estructura de las familias y, por anti-social, debe destruirse la heredada “familia burguesa” creada por la Iglesia medieval. Con ellos coinciden los de la ideología contraria, los de la sociedad individualista capitalista que consideran el Estado como conjunto de individuos individuales y por tanto también necesitan destruir la familia.

En el año 1997, en el Congreso Teológico Pastoral (octubre) previo al II Encuentro Mundial de las Familias (noviembre) organizado por el Consejo Pontificio para la Familia, que presidía entonces el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, intervino, entre otros muchos, Mary Ann Glendon. Esta profesora de Derecho en Harvard, miembro del Comité del Gran Jubileo del año 2000 y entonces presidenta de la delegación de la Santa Sede en la conferencia de Pekín, declaró que existe “una lucha contra la familia, por parte de una nueva clase dirigente, burocrática e internacional, que no se puede identificar con un país determinado, sino que es una élite mundial emergente, interconectada de distintas maneras, que acumula dinero y poder; mientras más de la mitad de la población mundial queda excluida”.

Y añadía: “en los años transcurridos entre 1948 y 1995, presenciamos un intento creciente de varios movimientos por considerar a la familia y la religión como obstáculos para el desarrollo de los derechos humanos. Desde finales de 1995, parece que los principios favorables a la familia de la Declaración Universal corren el grave peligro de verse suprimidos”. “Debemos dar testimonio de que existe una verdadera guerra contra la familia. La familia está en la mira de los ataques de muchas naciones, y de importantes organismos internacionales. Las últimas conferencias de la ONU fueron claras tentativas de esta intención de destruir la familia y de imponer una nueva y perversa concepción de derechos humanos”.

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