martes, 4 de febrero de 2014

PARA CRISTIANIZAR EL MUNDO

Sobre la nueva evangelización

 

El concepto de Nueva Evangelización surgió durante la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Puebla (México) y desde entonces lo utilizaba bastante Juan Pablo II.

El Sínodo de los Obispos de octubre de 2012, la XIII Asamblea ordinaria desde su creación por Pablo VI, trató este tema de la Nueva Evangelización que es una de las prioridades oficiales de la Iglesia. Por ello, en junio de 2010, Benedicto XVI creó el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, organismo vaticano para alentar este proceso especialmente en Europa y Estados Unidos, lugares de antigua tradición cristiana en donde ahora se vive un proceso de profunda y mala secularización, o sea, secularismo. ¡Ojalá se aplicara la buena secularización!

Para la nueva evangelización no se trata de inventar un mensaje nuevo, distinto al de siempre. La novedad debe estar en el corazón de quien anuncia el Evangelio. La nueva evangelización debe ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión.

La nueva evangelización significa sobre todo que hay que evangelizar de nuevo, ahora de una manera nueva, con nuevos métodos, nuevas metas y nuevas estrategias, sin incurrir en los errores del pasado. El papa Francisco no hace más que recordarlo de continuo. 

La meta no es volver otra vez a la Cristiandad medieval, sino instaurar (sabiendo que no es definitivo) el reino de Dios y eso nada tiene que ver con acaparar el poder. La misión cristiana, tal como se lee en los evangelios, no consiste en bautizar una cultura o un territorio, ni de avalar una unidad política, sea de un país o de un continente. Se bautiza a una persona, a la que cree, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje y la misión de Jesús de la que hace partícipe al bautizad@.

Dios mismo quiere la presencia en el mundo de otros cristos, sal de la tierra y luz del mundo. Otro “cristo” es todo bautizad@ que por ser Iglesia, tiene la misión en este mundo, allí donde viva, donde trabaje y donde descanse, de perpetuar la misma misión de Cristo Redentor. La evangelización no es monopolio de los monjes, monjas, curas y del Papa, aunque tristemente se haya hecho así de mal durante demasiados siglos.También esto lo viene repitiendo el actual obispo de Roma para toda la Iglesia universal.

Por ahí andan acechando los demonios del fundamentalismo. No se trata en absoluto de retroceder ni a la Cristiandad medieval, ni a la primitiva Iglesia; sólo se tiene que estar siempre retrocediendo para volver a Jesús. El que ha puesto la mano en el arado y mira para atrás, dijo Cristo, no es digno del reino. Pero tampoco se puede echar por la borda todo el pasado, como si nada hubiera pasado. Porque han pasado muchas cosas. Lo importante es conservar toda la fragancia de la Tradición, que siempre es y ha de ser viva, desprendiéndose de los malos olores del tradicionalismo, que no es más que apego desordenado al pasado y miedo a seguir adelante.

En 1885 León XIII, uno de los últimos románticos del Medievo, lo cual eliminará el Espíritu Santo con el Concilio Vaticano II, en su Encíclica Immortale Dei, afirmaba (n. 28): «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en todas partes secundada por el agrado y adhesión de los príncipes y por la tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni oscurecer». Automáticamente me viene a la memoria el principio básico de que "el fin no justifica los medios".

Alfredo Sáenz, sj, en su libro “La Cristiandad. Una realidad histórica”, fruto de un curso de ocho conferencias dadas en 1991 en Buenos Aires, también afirma: “Es posible la refracción temporal del Evangelio, como fue de hecho posible la realización de una sociedad cristiana, a pesar de todos los defectos que la mancillaron. Una sociedad donde la cultura, el orden político, la organización social, el trabajo, la economía, la milicia, el arte, fueron alcanzados por el influjo de Aquel que dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». Hoy estamos lejos de ese mundo, pero su recuerdo no sólo suscitará nuestra nostalgia sino también el deseo de ir tendiendo a una nueva Cristiandad, esencialmente idéntica a aquélla, si bien diversa en sus expresiones exteriores, dados los cambios evidentes que la historia ha ido produciendo a lo largo de los siglos. ¿No será eso lo que el Papa (Juan Pablo II) nos quiere decir al insistir una y otra vez en la necesidad de lanzarnos a una «nueva evangelización»? ¿O cuando exhortó al mundo de nuestro tiempo a «abrir de par en par las puertas al Redentor»?”.

Estos testimonios contradicen lo que en 1947 Pío XII dijo en la canonización de san Nicolás de Flüe ante los peregrinos suizos que honraban a su compatriota: "cantamos la gloria de los santos de la Edad Media, de aquellos santos que han realizado en sí mismos, en la unidad de la religión y de la vida (…) ¿Cuál será prácticamente la solución … en medio de este desconcierto de los más altos valores espirituales y morales? ¿La vuelta a la Edad Media? Nadie ha soñado con eso: pero sí la vuelta a aquella síntesis de la religión y la vida. Ésta de ningún modo fue un monopolio de la Edad Media…" (Pío XII, 16.05.1947. Cristiandad, Barcelona, tomo IV, 1947, p. 301).

En un texto legislativo (capitularium) de Carlomagno, hacia el año 785 se lee: "todo sajón no bautizado que intente disimular entre sus compatriotas y se niegue a que le administren el bautismo, será entregado a la muerte". San Remigio, obispo de Reims, había escrito: "al rey Clodoveo, la Iglesia no puede negarle nada". La discutida y criticada Cristiandad empezó hacia el 500 y se ha de dar por concluida a mitad del siglo XX, hacia 1950.

Ginés de Sepúlveda, teólogo adversario de Bartolomé de Las Casas decía en el Democrates alter: "san Agustín asegura que es mayor mal que perezca un alma sin bautismo, que el hecho de que sean degollados innumerables hombres, aun inocentes". Por eso Las Casas se levantó contra la metodología de la evangelización desde el poder temporal tachándola de no cristiana sino islámica: “ésa es –exclama– la religión de Mohamed". Y le opuso su frase célebre de que vale más un indio pagano y vivo, que cristiano y muerto porque el cristianismo da al hombre una libertad y una dignidad tan grandes que, sin respeto a ellas, ya no vale la religión.

Los "apóstoles" americanos no llegan a valorar la bondad de los otros, incluso aunque la constaten. Se transpira un espíritu cordial y dialogante, pero no exento de triunfalismo y de superioridad. Los "apóstoles" anuncian a un dios de las victorias y no de la Cruz: el principal argumento de su exposición parece ser que "sus dioses no pudieron librarlos de las manos de los españoles porque (éstos) eran siervos del verdadero Dios Todopoderoso y los ayudó" (suma de los cap. 16 y 19: p. 76).

El Reino de Dios, que es objeto de toda evangelización, no puede identificarse con la pertenencia a la Iglesia ya que, desde ahí, todo lo distinto es visto como demoníaco. Se dio ocasión para que los conquistadores cristianos del Nuevo Mundo afirmaran que el oro de los indígenas era la oportunidad que Dios les había dado para que pudiesen cambiarlo... por la fe cristiana.

En Perú Pizarro se presentó a Atahualpa como embajador del Papa, a lo que Atahualpa respondió que "ese papa debe estar loco puesto que reparte unas tierras que no posee". Los lamentos impresionantes del inca Huaman Poma de Ayala que (por excepción) había sido hecho cristiano en España y luego regresó a su Perú natal, se comprenden mucho mejor en este contexto.

Se puede considerar a la pastoral de Las Casas como de una "evangelización contra el poder". Las Casas cita el texto de Mateo 5,45: Dios no es un dios de las victorias, sino que "hace salir su sol sobre buenos y malos, y llueve sobre justos e injustos". De aquí se sigue que no se puede causar ningún daño material a los paganos, con la excusa de evangelizarlos, pues es el mismo Dios quien les concedió "los cielos y la tierra..., beneficios comunes a todos los hombres sin diferencia, y los hizo señores naturales de todo ello, no más a unos que a otros".

Por eso se entiende que es una gran ceguedad en los cristianos la pretensión de evangelizar desde el poder o la amenaza. Sólo cabe el camino del Maestro, Jesucristo, que consiste en "convidar y atraer y ganar por paz y amor y mansedumbre y ejemplos de virtud a la fe".
Consiguientemente Las Casas aplica a la evangelización la regla de oro evangélica: "que todo aquello que querríamos que los otros hombres hiciesen con nosotros hagamos con ellos y dondequiera que entrásemos la primera muestra que de nosotros diésemos, por palabras y obras, fuese paz; y que no hay distinción en esto para con indios ni gentiles, griegos o bárbaros, pues un solo Señor es de todos, que por todos sin diferencia murió".

En otro momento, respondiendo a Sepúlveda, Las Casas hace dos afirmaciones sobre la evangelización:
        a) El respeto a la conciencia: "como los idólatras estimen y aprendan ser aquellos ídolos el verdadero Dios... síguese que son obligados a defender su Dios o sus dioses como nosotros los cristianos lo somos a defender nuestro verdadero Dios y la cristiana religión".
        b) "Y como la Iglesia no tenga más poder que tuvo Jesucristo en cuanto hombre, si se entrometiese a castigar los delitos de los gentiles haría a Dios injuria usurpándole el juicio que Él reservó para Sí en el día del juicio" (En Obra indigenista; ed. J. Alsina, Madrid 1985; 179, 189).

Toda esta sabiduría y experiencia del pasado nos ha de servir en el mundo de hoy que ha entrado en una nueva etapa histórica con la modernidad. Ha de servir para cristianizar a los nuevos paganos actuales, feministas, abortistas, ateístas, agnosticistas, pasotistas, braguetistas, pildoristas, divorcistas, terroristas…

Los veinte siglos de historia del cristianismo enseñan que por los pelos se mantiene la fidelidad al Evangelio a la vez que se inventan “novedades” que son disparates morrocotudos.

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