miércoles, 6 de diciembre de 2017

MARÍA FUE CONCEBIDA INMACULADA

Cada 8 de diciembre


Es la solemnidad litúrgica anual que se convierte también en festividad civil y por eso es día no laborable. Los católicos creen que María, la mujer de Nazaret, fue concebida purísima, inmaculada, en previsión divina a ser, si aceptaba, la madre del Verbo al hacerse hombre, al encarnarse Jesucristo.

Algunas personas e instituciones de la Iglesia suelen preparar esa solemnidad mariana con una novena, empezada el 30 de noviembre. Otros la viven detrás, del 9 al 18 en que se celebra la Virgen de la Esperanza o María de la O, a los siete días previos a Navidad.

El primer paso para que sea el día 8 de diciembre se dio en 1585, cuando por el milagro de Empel, se la proclamó patrona de los Tercios y del Cuerpo de la Infantería española. Cinco mil combatían entonces en el Tercio viejo de Zamora durante la “Guerra de los 80 años”. Peleaban entre los ríos Mosa y Waal y en la situación desesperada en que se hallaron, y ante la amenaza de inundar el campamento, un tercio, cavando una trinchera, encontró una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada. Un viento inusitado por gélido aquella noche heló las aguas del río y los españoles pudieron huir a pie sobre el hielo.

No todos los cristianos creen en la Inmaculada pero sin embargo Martín Lutero, dijo: Es dulce y piadoso creer que la infusión del alma de María se efectuó sin pecado original, de modo que en la mismísima infusión de su alma ella fue también purificada del pecado original y adornada con los dones de Dios, recibiendo un alma pura infundida por Dios; de modo que, desde el primer momento que ella comenzó a vivir fue libre de todo pecado (Sermón: "Sobre el día de la Concepción de la Madre de Dios", 1527).

No es fácil entenderlo pues no es una evidencia evidente. A los largo de la historia ha habido sus más y sus menos ya que no se menciona ni siquiera indirectamente en la Biblia. Ni los evangelios, ni Pablo ni Pedro ni Santiago dicen nada en sus cartas que configuran el llamado Nuevo Testamento.

Tampoco los Santos Padres de la Iglesia, los de los primeros cinco siglos de cristianismo, que constituyen la Patrología, no dijeron nada al respecto aunque indirectamente puede entenderse que defendían tal realidad de María pues se la contraponía siempre con Eva ya que antes Pablo dijo que Cristo es el nuevo Adán.

En el siglo VII, en el XI concilio de Toledo, el visigodo rey Wamba era llamado “defensor de la Inmaculada”. Después, Fernando III el Santo, Jaume I el Conqueridor, Jaime II de Aragón, el emperador Carlos I o su hijo Felipe II fueron fieles devotos de la Inmaculada y portaron su estandarte en sus campañas militares. El rey Carlos III, muy afecto a esta advocación mariana, creó la Orden de Carlos III y la declaró patrona de sus estados.

También era defensor de la Inmaculada San Efrén (+373 con 67 años), diácono sirio (verso suelto en aquellos tiempos), san Anselmo (+1109 con 76 años) benedictino, obispo de Cantorbery y el beato Juan Duns Escoto (+1308 con 43 años) franciscano escocés y quien en esta faceta fue recordado por Benedicto XVI.

Algunos teólogos negaban que María fuera concebida sin pecado original pensando que eso era imposible. Así santo Tomás de Aquino (+1274 con 49 años) que al principio tenía la opinión negativa, luego dijo lo contrario, y al final de su vida tenía la opinión intermedia: no sabía si sí o si no. San Bernardo se manifestó sin tapujos por escrito cuando hubo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 1140, introdujeron la fiesta. Les escribió una carta vehementísima, reprobando lo que él llamaba una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua». De todos modos no puedo impedir que la fiesta se difundiera, cobrando más auge cada día.

El hombre (varón y mujer) fue puesto por Dios en el paraíso para trabajar este mundo y así ganarse el premio celestial. Pero por el llamado pecado original, de hecho, todos –menos María y Jesús- nos equivocamos, erramos, cometemos faltas o pecados y lo importante es reconocerlo y poner remedio, que lo hay. No hay ninguna avería humana que no pueda volverse a cometer.

Quien primero habló del pecado original fue san Ireneo (+202 con 72 años), obispo de Lyon. En el siglo siguiente san Agustín (354-430 con 76 años), obispo de Hipona. Esta doctrina católica se fijó en el concilio de Cartago y luego en el de Trento. El problema está en saber si se corrompió del todo el ser humano por el pecado de nuestros primeros padres, o solamente fue un mal ejemplo que dejaron, o que la naturaleza humana está estropeada, herida, enferma pero no corrompida de raíz.

El actual Catecismo afirma que la expresión “pecado” se usa de manera análoga, puesto que no se trata de una falta “cometida”, sino de un pecado “contraído”.

Todos los hombres de todos los tiempos tenemos que esforzarnos para no cometer el mal y para hacer el mayor bien posible. También María y Cristo tuvieron que esforzarse para no cometer ni siquiera una falta leve, al igual que Eva y Adán que "estaban en el paraíso", o sea, inmaculados, y fallaron.

Los defectos a corregir son tanto a nivel personal como colectivo como recordaba Juan Pablo II después de celebrarse el Gran Jubileo del 2000 en la carta apostólica Nuevo milennio ineunte: Con mirada más pura no sólo cada uno individualmente, también toda la Iglesia ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro. Examen de conciencia, conscientes de que la Iglesia es santa y a la vez tiene necesidad de purificación. Esta purificación de la memoria ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos más humildes (NMI, 6).

Luego Benedicto XVI deja escrito que “es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces”.

Ahora Francisco ha dicho que “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?

En la llamada encíclica verde tiene escrito, citando a Juan Pablo II: Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (Carta enc. Centesimus annus, 1 mayo 1991, 58, p. 863) (LS 287).

Su predecesor Benedicto XVI, escribió en la encíclica “La caridad en la verdad” (Veritas in caritate): Hoy, aprendiendo también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados (n. 24).

Salta a la vista lo que recoge el evangelista como palabras de Jesús: «Somos unos pobres siervos» (Lc 17,10). En efecto, reconozcamos que Dios y por tanto tod@ cristian@, no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal que los demás, sino que hay que liberarse de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hay que hacer con humildad lo que le es posible y, con humildad, hay que confiar en lo mucho que colaboran los demás y el propio Dios (aunque no se note).

María, una mujer que ama… Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia.

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