Su
papel en el pasado y en el futuro

En
agosto 2013 escribí un post titulado “mujeres
en la Iglesia” con motivo de las declaraciones del papa Francisco con
los periodistas en el avión, durante el viaje de regreso de la JMJ en Río. En
esa ocasión declaró que hay que hacer una teología de la mujer.
En ese post escribí que la carmelita descalza Cristiana
Dobner señalaba en un artículo entonces publicado que hubo un grupo de “madres”
–no solo hay padres de la Iglesia- que contribuyó efectivamente en el Concilio
y contribuyó también a entender que “el
ser humano, hombre y mujer, ha salido de las manos del Creador y, como tal,
debe ser tomado en consideración. No sólo hombre, no sólo mujer”.
A
los 50 años del concilio venía entonces bien recordarlo para que no se tronchen
las expectativas. Lo que viene haciendo el papa Francisco no es nada
revolucionario sino simplemente poner patas para que los buenos propósitos no
queden en agua de borrajas.
También
entonces manifesté que la teología de la mujer reconoce que su misión no se
agota con las 700 mil monjas, religiosas o consagradas que hay actualmente ya que
son necesariamente un porcentaje insignificante comparado con el total de
mujeres cristianas, laicas o seglares, bautizadas, casadas, solteras o viudas,
y que rondan los 600 millones, la mitad del total de católicos según el Anuario
Pontificio de este 2013.
También
colgué un post en junio 2015 titulado
“la
mujeres en la Iglesia, un reto” con
ocasión de comentar el Congreso en
la Pontificia Universidad Antoniana de Roma sobre "Mujeres en la Iglesia: perspectivas en
diálogo" celebrado el
28 de abril de ese 2015.
Allí la Hermana Mary Melone, una de las promotoras del Congreso,
concluyó la jornada afirmando que: "ya es hora que la Iglesia deje de hablar
de la mujer y se disponga a hablar con las mujeres".

Entonces escribí que Juan Pablo II, en sus 25 años y pico de pontificado, hizo varias referencias al
papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo y les escribió dos carta: en junio
de 1995 y otra en agosto de 1988 pero dando a entender que hay
que contentarse y estar orgullosos si se limita a la maternidad.
Benedicto XVI, al inaugurar en el
santuario mariano brasileño de Aparecida la Quinta Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en abril de 2007, manifestó que “todavía
hoy persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo,
que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con
respecto al hombre. Hay lugares y culturas en los que la mujer es discriminada
y minusvalorada sólo por el hecho de ser mujer”.
En
el post que colgué en marzo 2010, escribí que Pablo VI, después del Concilio
Vaticano II, expresó el alcance del correcto feminismo y decía: «En el
cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los
orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da
testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (...) es evidente que la
mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del
Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en
evidencia todas sus virtualidades». Este texto lo cita textual Juan Pablo
II en la Carta apostólica “La dignidad de la mujer” (15-VIII-1988).

(…) En Jesús no se encuentra nada
que refleje la habitual discriminación de la mujer (…) Junto a Cristo se
descubren a sí mismas en la verdad (...) se sienten «liberadas», reintegradas,
amadas; su posición social se transforma”.
Veremos
qué conclusiones a corto, medio y largo plazo pueden haber llegado en el
reciente simposio celebrado en Roma, promovido
por la Congregación para la Doctrina de la fe.
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