La
fe ortodoxa y las fórmulas doctrinales.

También les dijo que el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre –dice Jesús-, os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho (Jn 14, 26). Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad (Jn 16, 13). “Hacia” pues ningún ser humano aprende todo de golpe ni llega a la plenitud de la verdad en un periquete. El hombre es racional y ello supone ir paso a paso y sin pausa; no decir “ya vale”.
De
la importancia del Espíritu Santo volvió a hablar el papa Francisco en la
homilía de la misa en santa Marta el pasado jueves 14 abril y propuso una
oración sencilla: “Habla, Señor, que te escucho”. Ser
dóciles al Espíritu –dijo-, permite que el Espíritu pueda actuar, impulsar y
hacer crecer a la Iglesia.
Había
oído en mis años universitarios que el gran filósofo alemán Hegel, de tertulia
con sus discípulos tomando unas cervezas después de las clases, los llegó a
escandalizar porque afirmaba rotundamente que con él se había acabado la
historia. Lógicamente sus discípulos pensaron que al maestro se le había caído
un tornillo y lo abandonaron para seguir buscando la verdad sin él aunque con
su planteamiento; son los post-hegelianos.
Creo que esa soberbia de creer que
con uno se ha acabado la historia no es un problema únicamente de Hegel. Hegel parece
la soberbia personificada pues afirma que el Absoluto no es Dios sino Yo. Si se
ha acabado la historia, no hay ningún “después”.

La
teología requiere constantemente nuevas formulaciones y reglamentaciones porque
es el testimonio vivo (el río de agua viva) del Espíritu Santo en la Iglesia.
Él no conoce la adhesión servil a la "letra".
En la reciente
exhortación apostólica postsinodal “La alegría del amor” (Amoris laetitia) el
papa Francisco escribe: «quiero reafirmar
que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser
resueltas con intervenciones magisteriales (…) Subsisten diferentes maneras de interpretar algunos
aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto
sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13)» (AL, 3).
Si
no se cree en la libertad y en la pluralidad de opiniones en lo opinable, se pone
el énfasis en controlar la fe con una vigilancia que sólo se preocupa por la expresión
y a la fe se le quita su fuerza viva porque se cree que ya no hay que seguir
investigando.
La
visión del mundo que se engendra desde esa posición mental, fuertemente
conservadora, tiende a la nostalgia de tiempos pasados y priva a las personas
de la energía necesaria para afrontar con optimismo los cambios que tienen
lugar en la vida del mundo actual.

En “La alegría del
amor” se lee: Durante mucho tiempo
creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales,
sin motivar la apertura a la gracia (…) nos cuesta dejar espacio a la
conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al
Evangelio (…) Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender
sustituirlas (AL, 37).
La
fe cristiana debe ser una fe viva aunque para algunos no es fácil de admitir
como tampoco el que la tradición sea algo vivo y no un fósil o una momia. La verdadera
ortodoxia no puede ser "fijismo" ni atadura a unas fórmulas que quizá
fueron significativas otro tiempo, pero que ya no lo son.

Vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los
desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad,
mejora al cristiano y fecunda la ciudad
(EG 75).
En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la
doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio
tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades
concretas de la historia (EG 95).
Para
garantizar la fidelidad de la Iglesia, Jesucristo no dejó documento alguno ni ordenaciones
jurídicas. Envió al Espíritu Santo, Señor y "dador de
vida" que no anula ni un pelo la libertad y la responsabilidad de los
discípulos. Lo que atéis, quedará atado; lo que desatéis, quedará desatado. El
Espíritu respeta al hombre pero hay hombres que no respetan al Espíritu. No es
fácil para el homo sapiens la colaboración con Dios.
Sigue diciendo el papa
Francisco: Una mirada de fe sobre la
realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería
desconfiar de su acción libre y generosa (…) ese ámbito más amante de las fórmulas que
de las riquezas de la verdad, tenderá lógicamente a manipular esa misma verdad,
a utilizarla como apoyo de sus posiciones, y esto incluso en el caso de las
Sagradas Escrituras (EG 68).
Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco
convierte a los cristianos en momias de museo (EG 83).

El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio», y lo que se anuncie, son algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas y no el Evangelio (cf EG 37).

El Concilio Vaticano II fue, en
palabras no textuales de san Juan XXIII, su promotor, el querer abrir armarios
y cajones, seleccionar el depósito de la fe que es intocable y guardarlo en ese
armario o cajonera. Lo demás es todo opinión opinable y se estuvo metiendo como si fueran cosas de la fe.
D.Javier...sap que m'agrada llegir-lo perque m'ajuda a reflexionr i a seguir formant la cnciencia...
ResponderEliminar