“En esta última etapa
del milenio, la Iglesia debe dirigirse con una súplica más sentida al Espíritu
Santo implorando de él la gracia de la unidad de los cristianos. Es éste un
problema crucial para el testimonio evangélico en el mundo (...) A nosotros se
nos pide secundar este don sin caer en ligerezas y reticencias al testimoniar
la verdad, sino más bien actualizando generosamente las directrices trazadas
por el Concilio y por los sucesivos documentos de la Santa Sede” (Juan Pablo II,
TMA, 34).
El gran escándalo de la desunión de los cristianos ya había
angustiado a espíritus nobles del siglo XVII como al Pastor Calixto y al
filósofo Léibniz entre los protestantes, así como al franciscano Spínola, a
Bossuet y al sacerdote croata Krijanich que trabajaron en pro de un
acercamiento. En el siglo XVIII este problema pasa sin interés pero reaparece
en el XIX, en parte por los grupos conversos que se ilusionan con facilitar
también a sus anteriores correligionarios el camino hacia la Iglesia Católica.
Mª Úrsula de Jesús
(+1939 con 74 años), canonizada en 2003, es religiosa polaca, se tiene por
modelo de ecumenismo y creadora de un nuevo estilo de vida religiosa. Trabajó
en el corazón de la Rusia hostil a la Iglesia y al estallar la 1ª guerra
mundial, en 1914, emigró a Suecia y luego a Dinamarca donde transformó su
convento autónomo en la Congregación de Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón
de Jesús Agonizante, que se extendió por Dinamarca, luego por Rusia Polonia y
Francia.
Josafat (+1623
con 43 años), canonizado por el beato Pío IX, era el único santo oriental desde
el cisma de Focio. Fue obispo de Polotzk en Lituania y vivió empeñado en la
unión con los hermanos separados y la de todos los cristianos con la cátedra de
Roma. Pío XI en 1923 lo citó como modelo de buen ecumenismo buscando la unidad
en la conservación de la Liturgia eslava. A los 20 años de su muerte fue
beatificado por Urbano VIII y declarado “apóstol de la unidad católica”.

En la de 1920 lanzó esta iniciativa ecuménica enviando a todas las cabezas de cualquier comunión cristiana la "Llamada a todo el Pueblo cristiano". Proponían estar dispuestos a recibir cualquier otra comunión con tal de hacerse aceptable y conseguir la unión de muchas comunidades sin buscar la unión con la verdad. Parece más una estrategia digamos política, de ir a lo pragmático, sin prestar atención a lo que es el motivo de discordia y sanar de raíz el problema de la desunión sin parches calientes ni con tupidos velos que escondan la infección. Así la Conferencia de 1930 permitió el control de la natalidad sin excluir métodos artificiales.
Entre las múltiples iniciativas surgidas, Life and Work busca coordinar los esfuerzos para lograr un fin común entre las iglesias, sin distinción de confesiones en temas sociales, económicos y políticos. En septiembre de 1998 celebraron en Ginebra su L aniversario con la presencia del Presidente de Suiza Flavio Cotti, el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, el Alto Comisario de la ONU para los refugiados Sadako Ogata, el Secretario general del WCCh el pastor Konrad Raiser, el metropolitano ortodoxo Georges Khord así como la Presidenta de la Asociación argentina de las Abuelas de la Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto.
En sus 50 años de trabajo, el Consejo Mundial de las iglesias (WCCH) más bien parece empeñada en temas que eluden lo central, la verdad de Dios y de su Iglesia. A las puertas del tercer milenio la WCCh agrupaba a 332 iglesias en más de 100 países y en la sede ginebrina trabajaban 190 personas con un presupuesto para 1998 de 74 millones de francos suizos.
Por su parte, en el mundo anglicano nació Faith and Order para la concordia
teológica sobre la base común de la Sagrada Escritura. En 1938 creó un Comité
provisional, con sede en Utrech, que en 1946 se convertirá en el Consejo Ecuménico Mundial de las Iglesias
(World Council of Churches). En su
Congreso de Nueva Delhi en 1961 asistieron 5 católicos solamente en calidad de
observadores de los 370 invitados junto a los 625 delegados de 175 iglesias
cristianas.

Pío XII en 1950 reiteraría la prohibición de la communicatio in sacris y advirtió del
peligro del falso irenismo, del que insistirán Juan Pablo I y Juan Pablo II. De
todos modos no se había objetado nada al encuentro de 1921 entre el Cardenal
Mercier (arzobispo de Malinas) y el anglicano lord Halifax ni al coloquio entre
católicos eslavos y ortodoxos en Moravia entre 1907 y 1936.

Pablo VI, aplicando las directrices ecuménicas del Concilio
Vaticano II, logró entrevistarse dos veces (1964 y 1967) con el Patriarca
Atenágoras de Jerusalén, porque para estar unidos hay que conocerse, y para
conocerse, hay que tratarse. Nadie ama lo que no conoce, y el buen pastor
conoce a sus ovejas, también las descarriadas. Juan Pablo II, en su Encíclica
sobre el ecumenismo (de mayo de 1995) escribe su mirada de fe ante el momento
actual del estado de esta cuestión de la unidad de los cristianos, dibujando
sus luces y sus sombras tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias o
comunidades separadas.
De entre las luces, es esperanzadora la iglesia luterana de
Finlandia que en 1998 ha ampliado a tres las fiestas marianas en su reforma
litúrgica. Además de la Anunciación, celebrada el domingo anterior al 25 de
marzo, ahora venerarán también a María el cuarto domingo de Adviento y el 2 de
julio la Visitación de la Virgen a su prima Isabel, fiesta que se celebró hasta
1772.
Juan Pablo II impulsó los contactos entre el Consejo
Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana mundial
que en 1997 concluyeron con una Declaración
conjunta sobre la justificación (el tema que la teología considera clave en
la doctrina de Lutero) firmada en otoño de 1999. Se acercan las tesis sobre
esta doctrina en este tema nuclear de la Redención y por tanto del papel de la
Iglesia y de los sacramentos para la salvación de los hombres. El Papa declaró
que se trataba de “progreso en el diálogo” pues, entre otras cosas, católicos y
luteranos coinciden en afirmar que, “a la
luz del actual consenso”, las mutuas excomuniones del siglo XVI “ya no se aplican a los interlocutores de
nuestros días”. El Cardenal Cassidy declaraba también que este hecho es “un hito en el camino hacia el
restablecimiento de la plena unidad visible”.
![]() |
como un hecho excepcional, el encuentro fue presidido por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. |

También es deplorable el proyecto de la Conferencia de
Lambeth de 1998 (una década después del sacerdocio femenino) de estudiar la ordenación
sacerdotal de los homosexuales que ya conceden algunos de sus obispos que
también “casan” a estas parejas.
A pesar de todo, Juan Pablo II siguió impulsando la
actitud del papa Juan y del papa Pablo porque también entendía que la Iglesia
tiene asumido este “imperativo de la
conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad” (UUS, 8)
y tiene conciencia de estar cumpliendo así la voluntad de Cristo y de estar
obedeciendo al Señor (cfr. UUS, 4 y 6). El ecumenismo “no es sólo un mero apéndice de su actividad” (UUS, 20).
Evidentemente la prudencia y el ejercicio de las otras
virtudes teologales y cardinales exigen poner a recaudo en el redil a las 99
ovejas, pero no se puede olvidar la otra parte de la maravillosa parábola del
Buen Pastor: salir en busca de la oveja perdida y no quedarse en el redil
esperando que regrese. Recuperar en plenitud esta enseñanza de Cristo ha supuesto
el llamado giro copernicano ecuménico: no es evangélico quedarse esperando el
regreso de la oveja perdida manifestando la disponibilidad de dejarla entrar si
regresa. La oveja perdida no puede por sí misma regresar pues se ha
descalabrado una pata y debe ser llevada en hombros. El buen pastor tiene que
ir a por ella (cf Jn 10, 1-21).

Su primer prior fue su fundador, un fraile, el hermano Roger Schultz, nacido en 1920 de una familia suiza protestante, que durante más de 50 años estuvo predicando el ecumenismo. Desde el encuentro en París en 1978, Juan Pablo II, como hacen el arzobispo de Canterbury, el patriarca de Constantinopla y el secretario general de Naciones Unidas, enviaba un mensaje al encuentro anual, llamado la “carta de Taizé” que solía ser el centro de la reflexión y que se traducía a todas las lenguas necesarias. El encuentro de enero de 1995, otra vez en París, se tradujo en 19 idiomas pues la asistencia se multiplicó por siete. Tras la caída del muro de Berlín, la juventud del Este de Europa formaba el grupo más numeroso. La asistencia récord la tuvo el encuentro de Viena en 1992 con 105.000 personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario